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El señor de la noche

Las casas amuralladas de Monserrat son como apacibles campos santos a cualquier hora del día. Su tranquilidad llega al límite del sopor. Autos aparcados, verjas remachadas en sus muros y hojarasca en las calles empedradas es lo único que indica que aquí hay vida. En este lugar el más solitario se sentiría solo, sino fuera porque, cuando desaparece la luz del día y cae la noche el і Pruuuu, pruuuu! De un silbato rechina en los aposentos.  El amo del silbato camina lento, pausado, parece contar sus pasos. Uno, dos, tres, cuatro…, luego asoma su figura menuda cuando las sombras se imponen y aparecen los bombillos debajo los tejados. Sus pasos balancean su cuerpo de alfiler. Es la caminata de un señor de 62 años. Gorra inseparable, camisa manga larga verde olivo con el aviso de “seguridad” en el pecho, zapatos impolutos componen su vestimenta. Este atuendo lo ha llevado don Gerónimo en su humanidad por décadas y en diversas formas. 
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Laura no está

Vino con la velocidad de las hojas secas de un soleado verano de febrero. Sólo era una estudiante de secundaria. Su sonrisa afable y su cabello ensortijado no inspiraban más que inocencia. Laura era protestante. A Laura la criaron con los dogmas de la fe luterana. Ningún pensamiento retorcido, al menos visible en ella se le encontró en aquellos cinco años de preparatoria que iniciaron en 1994. Nunca se le conoció novio en los días de escuela, aunque ella pudo rendir a sus pies a cuantos quisiera. La hermosa Laura, no era una santa moderna; y su presencia no encendía las ideas pecaminosas en esa época de la adolescencia donde bullen las hormonas. Laura tenía el gen de las matemáticas. Hablaba poco y, nunca negaba una sonrisa a tiempo a sus amigos. Cuando pasaron los años de tiza y pizarra, voces lejanas decían que se había casado en aquel villorrio donde nació. Muchos se sorprendieron y se preguntaban quién sería el afortunado. Al dichoso lo vi una vez en una moto de carrera en p