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Laura no está


Vino con la velocidad de las hojas secas de un soleado verano de febrero. Sólo era una estudiante de secundaria. Su sonrisa afable y su cabello ensortijado no inspiraban más que inocencia. Laura era protestante.

A Laura la criaron con los dogmas de la fe luterana. Ningún pensamiento retorcido, al menos visible en ella se le encontró en aquellos cinco años de preparatoria que iniciaron en 1994. Nunca se le conoció novio en los días de escuela, aunque ella pudo rendir a sus pies a cuantos quisiera.

La hermosa Laura, no era una santa moderna; y su presencia no encendía las ideas pecaminosas en esa época de la adolescencia donde bullen las hormonas. Laura tenía el gen de las matemáticas. Hablaba poco y, nunca negaba una sonrisa a tiempo a sus amigos. Cuando pasaron los años de tiza y pizarra, voces lejanas decían que se había casado en aquel villorrio donde nació. Muchos se sorprendieron y se preguntaban quién sería el afortunado. Al dichoso lo vi una vez en una moto de carrera en pista abierta. Iba a alta velocidad y Laura atenazada a la cintura del joven “Meteoro”. Su cabello y casco parecían volar.

Un viernes 13 de abril de 2007 el reloj del computador estaba cerca de marcar las ocho de la mañana. Entonces encendí la tele. La primera noticia que miré decía algo así en boca de la joven presentadora: “La tragedia ocurrió cuando la joven pareja viajaba de oeste a este, a la altura del kilómetro 10 y medio Carretera Vieja a León (occidente de Managua)…”

Antes de que mencionara el nombre de Laura, creí adelantarme a su historia por las particularidades del cuerpo tendido en el asfalto. No me equivoqué. Se trataba de Laura. Ella y su joven esposo quedaron bajo un bus. Tras el choque el casco que usaba Laura se partió y se esparció sobre el pavimento, la moto Kawasaki era un manojo de fierro y el joven esposo que sobrevivió cojea por una lesión en la pierna derecha.
Al día siguiente en las páginas de sucesos de un diario local titularon: Tragedia sobreadvertida. El sumario escribía: joven murió y su marido quedó lesionado, por viajar a exceso de velocidad, como era su costumbre, en una motocicleta. Laura sonreía como siempre esta vez, desde la foto inserta en la imagen del accidente. Recuerdo que vino de doce años con la velocidad de las hojas secas de un soleado verano de febrero. Pero se fue una mañana de abril a los veinticinco, ya no pude saludarla por última vez, no pude despedirme. Laura no está.

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