Las casas amuralladas de
Monserrat son como apacibles campos santos a cualquier hora del día. Su
tranquilidad llega al límite del sopor.
Autos aparcados, verjas
remachadas en sus muros y hojarasca en las calles empedradas es lo único que
indica que aquí hay vida. En este lugar el más solitario se sentiría solo, sino
fuera porque, cuando desaparece la luz del día y cae la noche el іPruuuu,
pruuuu! De un silbato rechina en los aposentos.
El amo del silbato camina
lento, pausado, parece contar sus pasos. Uno, dos, tres, cuatro…, luego asoma
su figura menuda cuando las sombras se imponen y aparecen los bombillos debajo
los tejados. Sus pasos balancean su cuerpo de alfiler. Es la caminata de un
señor de 62 años. Gorra inseparable, camisa manga larga verde olivo con el
aviso de “seguridad” en el pecho, zapatos impolutos componen su vestimenta. Este
atuendo lo ha llevado don Gerónimo en su humanidad por décadas y en diversas
formas.
Antes de cuidar lo ajeno y velar el sueño de los demás, don Gerónimo cortó café en las fincas del dictador Anastasio Somoza de Bayle. Sobrevivía con “cuatro pesos”, asegura; y se daba el lujo de ahorrar y multiplicarse en el amor. Tanto así que daba abasto para cuatro mujeres, las que al unir la cosecha de sus amoríos bucólicos le dieron la suma de doce hijos.
Cayó la dictadura y
vinieron los años duros relata don Gerónimo, pues los ahorros de medio millón de
córdobas (de la época) que tenía, producto del esfuerzo de los mejores años de
su vida como cortador de café y sus desvelos como guarda de seguridad en la
embajada de Brasil, se esfumaron con el sistema de conversión de la moneda en
los años de guerra.
Don Gerónimo con sus ojos
de sorpresa dice guardar todavía, un poco de malestar por la pérdida y extraña la economía de esos
días de antaño. Algo que no dudo cuando se sienta en un trozo de concreto; y se
muestra pensativo, meditabundo. En ese instante trato de adivinar sus
elucubraciones, mientras lo veo desde las verjas del corredor de una de las
casa de Monserrat donde hace unos minutos sorbí el último trago de café.
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